Cambios
económicos y conflictos de intereses: Hasta finales del
siglo XVI, la monarquía de los Tudor tuvo muchos intereses en común
con los burgueses urbanos y con los pequeños propietarios rurales de
origen noble lagentry . Sus intereses coincidían en la
lucha contra España por el dominio de los mares atlánticos y por el
empeño español en restablecer el catolicismo en Inglaterra; y
también en la lucha contra las familias más poderosas de la nobleza
inglesa —la aristocracia— que arruinaban el país con sus guerras
privadas. Pero esta alianza entre la monarquía, la gentry y
los burgueses entró en crisis durante los reinados de los reyes
Estuardo.
En
las primeras décadas del siglo XVII, la riqueza de los burgueses
dedicados al comercio y a la producción de mercaderías aumentaba, y
también la de la gentry, cuyos miembros se diferenciaron
del resto de la nobleza porque se dedicaron a una actividad
típicamente burguesa como el comercio.
Mientras
tanto, disminuían los ingresos de los nobles más poderosos que
tenían como única fuente de riqueza la propiedad de sus tierras.
Muchos nobles comenzaron a depender de la monarquía para sobrevivir,
y los burgueses entraron en conflicto con el poder absoluto de la
monarquía que intentó poner límites al desarrollo de sus
actividades económicas.
La
lucha por la nueva riqueza
El
problema era que los burgueses estaban generando y acumulando una
riqueza a la que la monarquía no podía acceder. Para obtener una
parte de esa nueva riqueza la monarquía propuso crear nuevos
impuestos y aumentar los que ya existían. El Parlamento se opuso
porque sus miembros no podían controlar el destino del dinero
recaudado. La corona también intentó participar directamente en
algunas de las actividades industriales y comerciales, pero el
resultado fue aumento de precios, desocupación y descontento
general. Para conseguir ingresos, la monarquía comenzó a exigir
antiguos derechos feudales y reforzó su alianza con la jerarquía de
la Iglesia Anglicana, integrada por grandes y terratenientes.
La
guerra civil y la abolición de la monarquía
El
enfrentamiento por los impuestos continuó. La corona comenzó a
exigirlos aunque no tuvieran la aprobación del Parlamento; y los
burgueses comprendieron que los cambios económicos que necesitaban
sólo se alcanzarían a través de la lucha política. Las familias
de comerciantes y terratenientes más poderosas, relacionadas entre
sí por negocios comunes y que estaban representadas en las dos
cámaras del Parlamento, fueron el núcleo de la oposición al rey
Carlos I con el objetivo de lograr un gobierno que representara los
intereses de los hombres de negocios.
Durante
1639 y 1640 los burgueses se negaron a pagar impuestos. Pero la
crisis se agravó cuando, en 1640, Escocia pretendió separarse de
Inglaterra y la Cámara de los Comunes se negó a aprobar los fondos
necesarios para equipar y pagar un ejército a las órdenes de Carlos
I. La mayoría de los comerciantes, artesanos y aprendices apoyaron a
los Comunes y en 1642 comenzó la guerra civil.
En
los dos bandos enfrentados, el parlamentario y el realista, había
representantes de la nobleza y de los burgueses. Lo que los
diferenciaba era que los realistas tenían más fuerza en las
regiones agrícolas del norte y el Oeste del país, mientras que el
Parlamento encontraba el apoyo en el sur y en el este, regiones en
las que predominaban la industria y el comercio. También las ideas
religiosas los diferenciaban: el puritanismo respaldaba, en general,
al Parlamento, y el anglicanismo, como iglesia oficial, al rey. En el
conflicto armado, venció el ejército parlamentario que dirigía
Oliverio Cromwell. En 1649, los nobles fueron expulsados del
Parlamento, se proclamé la república y el rey Carlos I fue
decapitado.
La
Gloriosa Revolución: Después de la muerte de Cromwell, los
burgueses más poderosos, que necesitaban paz y orden para sus
negocios, llegaron a un acuerdo con la nobleza y, en 1660, la
monarquía fue restaurada en la persona de Carlos II Estuardo. Por su
parte, el rey aceptaba que correspondía al Parlamento la elaboración
de leyes y la aprobación de impuestos.
Pero
el acuerdo entre la monarquía y el Parlamento se rompió cuando
llegó al trono Jacobo II, católico y con tendencias absolutistas.
El nuevo rey no encontró apoyo para restablecer la monarquía
absoluta: la nobleza no era católica y, además, sabía que la mayor
parte de la sociedad no aceptaba una vuelta al pasado. Esto fue lo
que llevó a un nuevo acuerdo entre los nobles y los burgueses,
quienes coincidieron en la necesidad de destronar al rey y
justificaron su propósito en las ideas del filósofo inglés John
Locke.
Convencidos
de que el destronamiento del rey en este caso era lícito, en 1688
nobles y burgueses ofrecieron la corona de Inglaterra al príncipe
holandés Guillermo de Orange con dos condiciones: debía
mantener el protestantismo y dejar gobernar al Parlamento. Jacobo
II, abandonado por casi todos los grupos sociales, dejó el trono.
Así, sin violencia, triunfó la Gloriosa Revolución (como
la llamaron los hombres de la época), que abolió definitivamente la
monarquía absoluta e inició en Inglaterra la época de la monarquía
parlamentaría.
El
parlamentarismo y el desarrollo del capitalismo: Luego
del triunfo de la Gloriosa Revolución, en Inglaterra comenzó a
funcionar un sistema de gobierno llamado parlamentarismo. Este
sistema aseguró la participación de los súbditos en el gobierno
del Estado a través del Parlamento.
Durante
el siglo XVII, los grupos comerciales y manufactureros más poderosos
controlaron el gobierno parlamentario con el fin de promover sus
intereses económicos. Se eliminaron los privilegios reales,
aristocráticos y de las corporaciones, los monopolios, las
prohibiciones, los peajes y los controles de precios, que
obstaculizaban la libertad de comercio y de industria. Se crearon y
fortalecieron instrumentos que servían para el desarrollo de las
nuevas actividades económicas: se creó el Banco de Inglaterra y se
generalizaron las sociedades anónimas, se difundió la tolerancia
religiosa y se protegió el progreso de la ciencia.
El
Estado inglés promovió especialmente el desarrollo del comercio y
de la industria de manufacturas. El Acta de Navegación, que en 1651
estableció que el transporte de todas las mercaderías procedentes
de o destinadas a Inglaterra debía hacerse únicamente en naves
inglesas, fue el origen del desarrollo de una flota mercante que
convirtió a Inglaterra en la dueña de los mares del mundo. Desde el
1700, además, el Parlamento prohibió las exportaciones de lana en
bruto y organizó el establecimiento de artesanos extranjeros, con lo
que sentó las bases del desarrollo de la industria textil.