Introducción
Para comenzar a identificar los postulados centrales que
caracterizan al Estado moderno debemos, en primer lugar, ubicarlo
espacial y temporalmente. El Estado moderno surge y se desarrolla en
Europa, a partir del siglo XIII y hasta finales del siglo XIX.
El sociólogo norteamericano Charles Tilly (n. 1929) afirma que tanto
las ciudades como los estados tienen una existencia aproximada de
diez mil años. La ciudad Jericó, que estuvo situada en Oriente
medio, data del año 8 mil a. C. constituyendo una de las primeras
urbanizaciones. Si bien no es necesario para nuestro objetivo,
remontarnos hasta los orígenes de las ciudades y los estados, sí es
conveniente tener en cuenta que tratamos con un fenómeno de larga
existencia. Las ciudades, al igual que los estados, fueron
ampliándose y multiplicándose a lo largo del continente, como
producto del aumento del comercio, la actividad fabril y el aumento
demográfico.
Iniciaremos nuestro recorrido con los estados europeos
que comienzan a partir del siglo XV a constituirse en unidades que
buscan expandirse territorialmente. Para lograr este objetivo, apelan
a la conformación de ejércitos cada vez más numerosos y poderosos.
Los estados fueron preparándose cada vez más para la guerra, hasta
llegar a la necesidad de crear y sostener una maquinaria bélica de
proporciones desconocidas. El sostenimiento administrativo financiero
y económico de estas fuerzas fue cambiando, a su vez, la fisonomía
de los estados, convirtiéndolos, lenta pero inexorablemente, en unas
complejas unidades burocráticas ávidas de recursos.
En un principio, las ciudades estados eran unidades
independientes, de una extensión territorial menor a las actuales,
que concentraban sus actividades principalmente en los ámbitos
militares, fiscales, en la protección de sus súbditos y
administración de justicia. Debemos afirmar entonces que el Estado
tiene una estrecha relación con la esfera de la coerción o la
utilización de la fuerza para encontrar obediencia y conseguir de
esta manera la dominación.
Si bien a partir del siglo XV y XVI, hablamos de la existencia de
“reinos” que poseían grandes extensiones territoriales, los
monarcas mantenían una relación nominal o indirecta con la
población. A partir de aquí entonces entendemos que existía una
relación de “intermediación” entre los monarcas y los súbditos.
Estos intermediarios constituían un sector social, político y
económico de envergadura y que estaba conformado por duques,
archiduques, señores militares, grandes propietarios de tierras,
etc. Eran éstos quienes tenían un trato directo con la población.
Había entonces una relación social estructurada en la sociedad
medieval, los monarcas obtenían de los intermediarios tributos y
hombres para sus empresas militares y éstos obtenían, a su vez, una
amplia libertad para gobernar y administrar sus territorios sin
injerencias externas. La ciudad y su hinterland (entiéndase por
hinterland la zona rural en donde una ciudad mantiene su predominio y
su influencia administrativa, fiscal y militar) operaban en la
práctica como unidades políticas autónomas. Los aparatos administrativos
de estas ciudades se ocupaban fundamentalmente del aspecto militar,
fiscal y de la administración de justicia, dejando todos los otros
aspectos de la vida cotidiana en el terreno social y autónomo de las
comunidades.
Aspectos
como la educación, la salud, el bienestar social y demás funciones
no figuraban entre los objetivos de los estados. Será recién a
partir del siglo XIX, y fruto de la tensiones y conflictos entre el
Estado y los diversos sectores sociales, que irán incorporándose
entre sus obligaciones indelegables.
A partir de allí: ¿qué hace diferente al Estado moderno de los
estados anteriores? Los estados modernos poseen entonces ciertas
características que los distinguen de sus estados antecesores de la
Edad Media.
Éstas son:
- Progresiva centralización del poder. El Estado adquiere bajo su órbita la totalidad de las relaciones sociales, económicas y políticas. Esta órbita entiende tanto el control como la intervención para dirimir cuestiones y diferencias, no aceptando dentro de su territorio ningún otro poder equivalente que pueda disputarle esta primacía.
- Creciente concentración de funciones en manos de una burocracia profesional. Parte de esta centralización del poder, que es la primera diferencia, ocurre como consecuencia del crecimiento y del desarrollo de un tipo particular de gestión. Esta administración se basa en parámetros “profesionales” e “impersonales”; esto significa que opera en base a códigos y leyes estatuidas con anterioridad, elaborados sobre criterios de racionalidad para la administración.
Quienes
llevan adelante esta tarea son funcionarios que perciben un “salario”
y que poseen la idoneidad necesaria para desempeñar dicha tarea. De
esta forma, todas las tareas que se desarrollaban dentro de la
comunidad y que guardaban la forma de una “autogestión”, fueron
cediendo lugar a esta nueva forma de administración.
Creciente
proceso de secularización . Este proceso se entiende tomando en
cuenta el desarrollo histórico por el cual se van constituyendo los
estados modernos. Al dejar paulatinamente de lado a los estados
cristianos, el poder y la política se van legitimando cada vez más
sobre sus propias bases, o sea, sobre la racionalidad del individuo.
La secularización consiste en separar a la política y a la
administración de toda reminiscencia dogmática o religiosa como
fuente de su fundamentación. Creando ámbitos separados para cada
instancia, la política y la religión, el Estado avanza
autónomamente en su proceso de construcción política.
La primera característica que debemos remarcar es que
este tipo de Estado, es una construcción política y sobre todo, es
fruto de un tipo particular de desarrollo histórico.
Entonces
como dato fundamental para su estudio debemos recordar en primer
lugar, que el Estado moderno está íntimamente ligado con la
“política” y en segundo término, como es producto de un
desarrollo histórico, está siempre sujeto a cambios.
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